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		  Por Ignacio Illarregui Gárate (Nacho), Diciembre 2004
	    Habría que poner a algún teórico de la literatura fantástica a indagar en las 
	revistas de mediados ochenta para buscar alguna entrevista, crítica o artículo que nos alumbrase sobre 
	el motivo que llevó a Jack Vance, un escritor al borde de la "jubilación", con una carrera en pleno 
	ocaso, que había cultivado exclusivamente la ciencia ficción aventurera y el género policiaco, a escribir 
	los tres libros que configuran la serie de Lyonesse; una historia que se alejaba casi por completo 
	de los escenarios habituales en los que se había desenvuelto durante su carrera.  
	   Digo "casi" ya que, haciendo un análisis estricto de su bibliografía, sí que se 
	encuentran ecos que lo hacen menos extraño. Ahí está la saga de La Tierra moribunda, donde 
	aparecen elementos bastante comunes en la fantasía heroica, como los magos en busca de objetos que 
	mejores su conocimiento de las artes "arcanas" o pícaros recorriendo mundo en búsqueda de un botín 
	que les garantice un buen nivel el resto de sus vidas. Tampoco conviene olvidar dos novelas cortas como 
	"El último castillo" o "De hombres y dragones", ganadoras de sendos premios Hugo, que por ambientación 
	y desarrollo recuerdan tramas típicas de este subgénero. Sin embargo todos eran encasillables como 
	ciencia ficción. 
	   Lyonesse es diferente. La trilogía formada por El jardín de Suldrun,
	 La perla verde y Madouc entra de lleno en el terreno de la fantasía medieval, esa donde 
	las hadas se cruzan en el camino de nobles de rancio abolengo; reinos eternamente enfrentados conviven 
	en una delicada paz que amenaza con romperse en cualquier momento; objetos mágicos de extrañas propiedades 
	cambian la vida de aquéllos que se encuentran con ellos; hechiceros celosos de sus secretos confrontan 
	su poder en luchas que duran decenas de años;... Sólo que Vance, lejos de acudir a una o dos fórmulas 
	determinadas, participa de una variada gama de fuentes que convierten su obra en un tapiz rico, alegre 
	y vital que trae a la memoria incontables referencias.  
	   Como es bueno acudir a los que realmente saben, quién mejor que Alfredo Lara, 
	antiguo editor del fanzine Opar y director de la colección de novela histórica de Valdemar, 
	que, en su presentación de 
	La perla verde, resume de la siguiente manera lo que se puede encontrar en estos libros: 
	
	Si hubiera que relacionar la trilogía de Lyonesse con alguna de las muy variadas estirpes temáticas 
	que componen la actual literatura fantástica, nos veríamos en un aprieto y no por falta, sino por exceso. 
	Quizá lo mejor que al respecto puede decirse de Lyonesse es que «tiene que ver con todo y no se parece a 
	nada». En sus tres volúmenes hay multiversos, avatares y cinismo como en Moorcock; humor y aventura como 
	en Leiber; escenarios de mundo desaparecido a lo Howard; relatos feéricos como los recogidos por Yeats, 
	o los que sirven de base a Machen y Burnett Swann; coexistencias de mundo humano y prehumano como en 
	Pat O’Shea o en el Poul Anderson de La espada rota; cuentos de príncipes, princesas, niños, brujas 
	y amores imposibles que parecen sacados de Madame D’Aulnoy, Andersen o los hermanos Grimm; tema artúrico 
	como puedan haber escrito desde Mary Stewart hasta Marion Zimmer Bradley, e incluso guiños y bromas a lo 
	Von Däniken. 
	
	
	   A este conjunto hay que sumarle que su argumento está situado en una época y un lugar 
	geográfico conocidos, la Europa occidental en algún momento de la alta edad media, y se pone en juego un 
	mito tan arraigado como el de la Atlántida, transformada aquí en las Islas Elder, un conjunto de reinos 
	situados entre el mar Cantábrico, la costa francesa y el sur de las islas británicas. Todo ello confluye 
	en un conjunto homogéneo, bien ligado, quizás no muy bien servido, que, con sus defectos, supone una de 
	las lecturas más frenéticas que se pueden conseguir hoy en día. 
	Un grandísimo comienzo 
	   El jardín de Suldrún, a diferencia de muchos primeros volúmenes de series que 
	se escriben hoy, sirve para algo más que a poner las "fichas" en el tablero y plantear sus comportamientos. 
	Nos lleva por gran parte de la geografía de sus Islas Elder; hace que los personajes cambien y les ocurran 
	miles de cosas; introduce mucha acción, intriga, traiciones, sorpresas, decenas de encuentros 
	casuales y causales; hay unas gotas de violencia y sexo, siempre implícitas;... Y lo culmina cerrando la 
	mayoría de los hilos trabajados a la vez que se dejan abiertos los que van a lanzar la siguiente entrega, 
	algo que satisface porque el lector no se queda completamente colgado. 
	   Llama la atención su condición de novela coral. Existe un protagonista más o menos 
	claro: el príncipe Aillas de Troicinet, que atiende a las características del héroe Vanciano. Se encuentra 
	enfrentado a numerosas contrariedades, surgidas de la ambición y la avaricia de los que le rodean, posee 
	una sagacidad a prueba de bombas, es un hábil conversador, se mueve entre la rectitud de su honor y la 
	venganza contra aquellos que se han hecho sufrir, se muestra piadoso ante los valientes,... Pero no 
	por tener esa condición protagónica monopoliza toda la atención. Así se siguen muy de cerca los complots 
	tejidos por el maquiavélico rey Casmir de Lyonesse, siempre acechando en la sombra para hacerse con el 
	gobierno de las Islas Elder; el melancólico encierro que sufre la princesa Suldrun entre los muros de su 
	castillo; la mágica rivalidad establecida entre el poderoso Murgen y su opuesto Tamurello, en la que toman 
	parte activa sus alfiles Shimrod o Faude Carfilhiot;... 
	   Todas estas historias se van sucediendo a un ritmo endiablando, concatenando escena 
	tras escena en una secuencia que puede llegar a resultar estresante, hasta el punto de que se necesitaría de 
	alguna pausa para respirar con calma. También se echa en falta un poco más de imaginación por parte de 
	Vance a la hora de establecer la estructura de su obra. Las historias se agrupan en pequeños 
	arcos que se centran en una de las acciones, que suelen englobar a uno o dos personajes clave, y se 
	prescinde del resto. El lector se ve recompensado ya que va siguiendo un conjunto de aventuras interesantes 
	durante un buen número de páginas, pero se produce un desfase cronológico respecto a otros de los arcos 
	que se mantienen abiertos. Eso le obliga a tirar hacia atrás la flecha del tiempo para, cuando pasa al 
	siguiente personaje, narrar hechos que han quedado en el pasado, dejando un leve desajuste situacional y un
	marco temporal no muy bien establecido. 
	   Esta ligera contrariedad no impide disfrutar del conjunto, en el que es necesario 
	destacar la habilidad de Vance con los diálogos, continuos duelos de ingenio, rápidos, inteligentes y 
	siempre abiertos al humor; o su manera de enfocar en estas mágicas tierras temas tan diversos como las 
	transacciones comerciales, la satisfacción de los deseos más primarios o la cristianización, realizada 
	muchas veces por santos que sufren peculiares martirios. 
	Más de lo mismo 
	   Éstas son las palabras que me vienen a la mente cuando pienso tanto en La perla 
	verde como en Madouc. Eso los convierte en lo que podríamos llamar unas continuaciones de cara o 
	cruz: si gustó el anterior volumen son de lectura obligada; si no... mejor gastar el dinero en otros 
	libros. La desazón sólo puede ir en aumento. 
	   Porque Jack Vance es absolutamente fiel a sí mismo. No ya al continuar la historia 
	donde la dejó, que es de cajón, sino porque respeta de pe a pa los diferentes motivos presentes 
	en el primer volumen sin introducir cambios. Así, cogiendo como ejemplo La perla verde, tenemos 
	como motor principal las intrigas entre los diversos reinos por hacerse con el control del trono de Las 
	Islas Elder; detrás de esta lucha hallamos el enfrentamiento entre los dos magos antagónicos, Murgen y 
	Tamurello; sus peones, Shimrod y (esta vez) Melancthe, repiten un juego de gato y el ratón (aunque con un 
	desarrollo diferente; no por nada ahora uno es una mujer); Aillas siguen enfrentado a la traición y varios 
	complots; ahí está la sabida retahíla de personaje/personajes enfrentándose a una serie de encuentros que 
	solucionan con su ingenio o su fuerza; otra vez hay una pareja recorriendo tierra inhóspita (en dos 
	ocasiones);...  
	   Como novedad más importante en el patrón está la inclusión de la historia del objeto 
	mágico que empieza trayendo el éxito a su poseedor para después traicionarle y llevarle la mayor de las 
	desgracias. La perla verde formada al final de El jardín de Suldrún y que, a pesar de figurar en el 
	título, tampoco juega un papel determinante en el libro; sólo aparece al comienzo y al final. 
	   También respeta la estructura, con un pequeño cambio a mejor. Se repite la endeble y 
	nada hábil propuesta de acompañamos a alguien durante un periodo dilatado de tiempo mientras nos olvidamos 
	del resto, que permite seguir casi sin interrupción las aventuras de alguien y que vuelve a provocar desequilibrios 
	muy evidentes. Pero ahora, a parte de los capítulos normales, hay unos capítulos en los que están 
	encapsulados y que comprenden varios de ellos que tienen una clara relación. 
	Una división supeditada a la forma de narrar que mengua sensiblemente la sensación de totum revolutum 
	de la anterior entrega y que delimita razonablemente bien La perla verde. 
	   Sobre los personajes, su maniqueísmo se hace, si cabe, todavía más acusado. Ya no hay 
	malvado que no reciba su merecido, y no hay peligro que los buenos no encaren con sus acostumbrados arrojo, 
	inteligencia y decisión. Concepción que a más de uno se le atragantará pero que es plenamente consecuente 
	con lo que son los libros de Lyonesse; un vestigio de la forma más clásica de hacer fantasía. 
	Recupera un acercamiento inocente, sencillo y añejo que, salvo por contados autores como Thomas Burnett 
	Swan, había caído en desuso. 
	   Destacar una vez más sus diálogos, rápidos, certeros y siempre ocurrentes, o el 
	particular sentido del humor de Vance. Es posible que en estos tiempos alguna que otra situación, como 
	la peculiar relación que mantienen Cwyd y Threlka, rayana en la violencia doméstica, no sean bien entendidas 
	si se sacan de contexto, pero detalles como el tratamiento del sexo son gloriosos. Muy especialmente el 
	camino que tienen los magos de remedar sus impulsos con todo tipo de seres o cómo, para satisfacer a una 
	compañera difícilmente saciable, deben acudir a productos semejantes a nuestra Viagra. Sendos ejemplos 
	de los pequeños y divertidos detalles que salpican la lectura. 
	Una conclusión menor 
	   Aun cuando Madouc es el volumen más reconocido de la trilogía al haberse 
	llevado el premio World Fantasy a la mejor novela del año 90, a todas luces resulta el más flojo: repite 
	como una fotocopia cosas ya sabidas e incide con contumacia en lagunas un tanto molestas. La más 
	peliaguda viene de la mano del personaje de Madouc, presunta nieta de Casmir de Lyonesse que, hasta el 
	momento, sólo era un nombre y un par de datos y que se convierte en protagonista casi absoluta de la 
	historia. 
	   La niña en cuestión, que pretende ser utilizada por su abuelo como moneda de cambio 
	en sus planes para hacerse con el trono de las Islas Elder, es un trasunto de la Suldrun del primer volumen, 
	cuya ingenuidad se ha transformado en una rebeldía a mitad de camino entre la travesura y el afán de 
	supervivencia, y cuyas damas de compañía parecen sacadas de la típica teleserie americana de niñas pijas. 
	Éste es el motivo de que durante páginas todo nos suene a ya leído y haya que cerrarlo para comprobar la 
	portada, a ver si nos hemos equivocado y estamos releyendo El jardín de Suldrun. Por fortuna 
	la variación parece aportar nuevas circunstancias y pronto se aleja de este camino... para transitar hacia 
	otro también conocido, el de personajes atravesando un entorno sobrenatural que los pone a prueba 
	repetidamente, con el agravante de que sus correrías no destacan de las decenas de ejemplos anteriores 
	desgranadas a lo largo y ancho de los primeros libros. 
	   Igualmente la narración tiene un serio defecto argumental. Se resuelve el conflicto 
	con Casmir en una conclusión que trasciende términos como trepidante o vertiginoso; vamos, la antítesis 
	de la muy extendida costumbre de dilatar los hechos con un ritmo ultramoroso. Mientras, la otra trama, la mágica, 
	pierde todavía más enteros. La amenaza que se cierne sobre los protagonistas y el mundo apenas ha sido asentada, 
	y está resuelta en un alarde de pura precipitación. Fundamentalmente porque durante setecientas páginas 
	Vance señaló en una dirección a la hora de definir estas secuencias (la lucha entre Murgen y Tamurello), 
	pero al final de La perla verde resolvió la cuestión de en un giro sorpresivo y dilapidó 
	gratuitamente su trabajo. Y aquí no tiene (o, más bien no sabe aprovechar el) espacio para crear un 
	reemplazo coherente. 
	   Lo positivo es que el lector que ha llegado hasta aquí ya está vacunado contra 
	estos y otros "vicios", como el ya comentado afán maniqueísta que nos sitúa a la familia real buena como un 
	cúmulo de belleza, ocurrencia y sabiduría que debe convivir con los gordos, torpes, deformes y absurdos 
	príncipes de los otros reinos. O las toscas maneras de Vance como contador de historias, sobre lo que se 
	ha hablado largo y tendido en los foros. 
	Sobre la edición 
	   Evaluando someramente este aspecto, el cúmulo de alegrías es tan alto que uno no sabe 
	si felicitar primero a Gigamesh por reeditar una serie largamente buscada, hasta el punto de que cada volumen 
	se podía llegar a cotizar a más de 50 €; haber puesto en circulación los tres libros a la vez, con lo que de 
	golpe y porrazo se consigue toda la obra; el precio al que ha salido, unos 15 € por unidad, algo cada vez más 
	difícil de encontrar en el mercado actual; el imponente aspecto externo de cada volumen, cuidado hasta el más 
	ínfimo detalle, y donde deslumbran las tres portadas y las tres contraportadas que, además de referirse al 
	contenido interno, forman sendos trípticos realmente fantásticos; o el interior, todo un ejemplo de coherencia 
	y dedicación. 
	   Desde luego estos tres libros se encuentran lejos de ser una lectura perfecta, pero el 
	inmenso caudal de historias que canalizan y su potencial para el entretenimiento los convierten en un buen 
	divertimento. Eso sí, las variaciones en el estilo son mínimas y las reiteraciones que aparecen se hacen 
	demasiado evidentes. Nada que no solucione un hiato de medio año entre libro y libro. 
	  
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