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         Por Iñaki Bahón
	 Los 4 Increíbles 
	   Los Increíbles se estrena cuando estamos inmersos en plena avalancha de adaptaciones 
	cinematográficas basadas en superhéroes del cómic. A los espectadores de la película que estén familiarizados 
	con el género les resultará inevitable establecer paralelismos entre los Parr y otra célebre familia que nació 
	en 1961 en las páginas de los comics Marvel, dando origen a una nueva edad dorada para el género que ya dura 
	más de cuatro lustros. Me estoy refiriendo, por supuesto, a los Richards. 
	
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	   Los 4 Fantásticos están formados por Mr. Fantástico (Reed Richards), capaz de estirar su 
	cuerpo a voluntad; la Chica Invisible (Sue Storm, la Sra. Richards), cuyos poderes le permiten volverse 
	invisible y crear campos de fuerza; la Antorcha Humana (Johnny Storm, hermano de Sue), capaz de volar cuando 
	se transforma en una llama viviente; y por último la Cosa (Benjamín J. Grimm, amigo de la familia), un gigante 
	compuesto de roca viva y de fuerza descomunal. Con los años los Richards tendrían un nuevo retoño, el pequeño 
	Franklin, quien, pese a no manifestar capacidades especiales en un principio, después demostraría ser el más 
	poderoso de todos. Las relaciones entre los Parr y los Richards son evidentes, tanto por el número de sus 
	componentes como por los poderes que manifiestan. Hasta El Socavador, ese enemigo que surge de la tierra al 
	final de la película, recuerda inevitablemente al Hombre Topo, que se enfrentó a los 4 Fantásticos en el 
	primer número de su colección. 
	   Cuando el año próximo se estrene la película de los 4F seguramente oiremos todo tipo de 
	comentarios y acusaciones de plagio, pero está claro que los Richards no copian a los Parr, aunque sólo sea 
	porque existen ya hace más de cuarenta años. Y tampoco es un plagio la película de Pixar, ya que se trata de 
	una relectura del género utilizando sus códigos más reconocibles. Y es que parte del atractivo de la película 
	es precisamente observar cómo juega con las convenciones de los tebeos de superhéroes de forma, en general, 
	cómica, aunque no se trate de una parodia ni mucho menos. 
	   De entrada, la relación entre Mr. Fantástico y ese aspirante a pupilo que es Incrediboy 
	recuerda poderosamente al dueto Capitán América-Bucky, que acabó trágicamente en las páginas del cómic durante 
	la Segunda Guerra Mundial con la muerte del chaval a causa de la explosión de una bomba nazi. Algo similar a 
	lo que está a punto de pasar al inicio de Los Increíbles cuando Mr. Parr salva al joven del explosivo 
	de Bomb Voyage. 
	
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	   Otros lugares comunes del género de superhéroes son utilizados con fines cómicos, como 
	las bromas acerca de la estúpida manía que tienen los villanos de soltar interminables peroratas cuando por 
	fin tienen a los héroes a su merced, en lugar de liquidarlos sin más, dando siempre a los buenos la oportunidad 
	de que se liberen y venzan otra vez. Por otra parte, esa divertida secuencia en la que Edna Moda explica a 
	Mr. Increíble lo inadecuado de llevar un uniforme con capa le hubiera venido muy bien a Steve Rogers cuando 
	decidió cambiar su uniforme de Capitán América por el de Nómada, allá por los setenta (recordaré, por si alguien 
	no lo sabe, que en su primera intervención como Nómada, Mr. Rogers se cayó de bruces al pisar su capa, momento 
	que aprovecharon sus enemigos para huir). 
	   Todos estos temas (a los que se añaden las inevitables personalidades secretas o los 
	problemas que conlleva tener que ocultar las capacidades propias, a pesar de que eso conlleve ser ocasionalmente 
	humillados por los demás), son habituales en el género desde su mismo inicio. Pero también la película bebe de 
	esa corriente que nació en los 80 gracias a autores como Alan Moore o Frank Miller, que cubrió 
	rápidamente el universo superheroico de un barniz oscuro a fuerza de aplicarles ciertas dosis de supuesto 
	"realismo". Desde ese momento ser un superser dejó de ser divertido: se enfrentó a estos personajes de ficción 
	con lo que podría ser un mundo real, las paranoias existencialistas surgieron por doquier, y de pronto todo 
	el mundo pareció necesitar un psicoanalista. Obra emblemática y generadora de este movimiento fue el 
	Watchmen de Alan Moore (que no desesperamos de ver algún día adaptado al cine), en la que nos 
	encontrábamos con unos héroes retirados a su pesar, precisamente porque habían caído en desgracia frente a la 
	opinión pública (como sucede con los Increíbles y sus colegas), tras sucumbir a una avalancha de demandas 
	civiles. 
	Un entretenimiento maravilloso 
	   Después de ver Los Increíbles un par de veces uno lamenta que no todas las películas 
	sean así. No pretendo que tan sólo se hagan películas de animación sobre familias de superhéroes que viven 
	frenéticas aventuras, no; lo que quiero decir es que sería estupendo que todos los títulos que se estrenan 
	contaran con tan alto nivel de calidad, con un guión que saque tanto partido a personajes, situaciones y, 
	en general, a todos los elementos de la narración. Gracias a ello, Los Increíbles se presenta como un 
	estupendo entretenimiento para grandes y pequeños. Todos los segmentos del público encuentran en ella razones 
	de sobra para pasar un rato absolutamente divertido, como sucede con las mejores películas de Pixar. 
	
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	   La caracterización de los personajes es brillante, sus diálogos estupendos, e incluso sus 
	interpretaciones, a pesar de tratarse de personajes animados, están realmente conseguidas (¿cuándo se crearán 
	los Oscar a la mejor interpretación de un personaje animado?), sobre todo en el caso del protagonista, Mr. 
	Increíble. ¿O deberíamos llamarle Parr, Bob Parr? Tal vez sí, porque la influencia de los filmes de James Bond 
	de la época de Sean Connery en el argumento, en la dirección artística o en la banda sonora, resulta 
	evidente. Pero además de contar con un diseño de producción absolutamente maravilloso, la puesta en escena es 
	excelente. El guión cuenta con un ritmo soberbio, y el timing es perfecto tanto en las escenas cómicas 
	(el momento en que Mr. Increíble está a punto de destrozar su coche ante la incrédula mirada del vecinito con el 
	triciclo); los momentos domésticos (la discusión entre el matrimonio cuando Bob vuelve tras sus correrías 
	nocturnas); o las secuencias puramente de acción (el ataque con misiles al avión donde viaja Elastigirl con 
	sus dos hijos; Dash corriendo sobre el agua para escapar de sus perseguidores; la infiltración de la madre de 
	familia en la base secreta... en fin: numerosos ejemplos). Y todo esto no se consigue multiplicando el número 
	de ordenadores que se destinan a renderizar los dibujos: todo esto es sabiduría y talento cinematográficos 
	en estado puro. Acabado técnico brillante, guión sólido y dirección impecable. Algo que, en mayor o menor 
	medida, se puede disfrutar en todas las obras de Pixar. 
	   Es cierto que las particularidades de este tipo de producciones benefician al guión, ya 
	que, dado el largo y complejo trabajo de pre-producción que requieren, queda bastante margen de tiempo para 
	rescribir y pulir el texto. Además, lo costoso (en tiempo y dinero) que resulta conseguir cada segundo de 
	acción obliga a definir bien qué se quiere rodar, sin tener la posibilidad, como sí sucede con las 
	películas de imagen real, de improvisar a ver si suena la flauta y la escena sale bien. Pero claro, esto es 
	la teoría, porque es grande el número de películas de animación que cuentan con un guión bastante flojo. 
	
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	   Un detalle de agradecer para los espectadores españoles es la calidad del doblaje. Desde 
	hace unos años es muy común que las películas de animación procedentes de las majors estadounidenses 
	cuenten en su versión original con un doblaje a cargo de actores muy famosos. No sólo eso: estos actores graban 
	sus diálogos antes de rodarse la película, y se utiliza su interpretación como base para los dibujos. 
	Hasta aquí, estupendo. Lo que no comprendo es lo que se hace en España al doblar esas películas ¿No sería lógico 
	que si un personaje tiene la voz de, por ejemplo, Will Smith, Eddie Murphy o Robert de Niro, 
	aquí fuera doblado por quienes doblan habitualmente a esos actores en las películas de imagen real? Pues no. Así, 
	resulta que ese personaje tiene la voz de Fernando Tejero, José Sánchez (de Cruz y Raya), o 
	Pepe Sancho, a pesar de que las características del doblador no tengan nada que ver con las del actor 
	original. Por favor, que alguien me explique el sentido de todo esto. Afortunadamente, en Los Increíbles 
	todos los personajes principales están doblados por profesionales, cuya dicción, para qué engañarnos, es mucho 
	mejor que la de la mayoría de los actores españoles (¿no tenéis tentaciones, viendo películas de, por ejemplo, 
	Jorge Sanz o Najwa Nimri, de activar los subtítulos del DVD para enteraros de lo que dicen?). 
	   El escritor y director de la película, Brad Bird, que había colaborado en series 
	como Los Simpson, consigue un resultado magnífico, como ya hizo con su anterior largometraje, El 
	gigante de hierro, otra estupenda película en la que se mezclaba animación tradicional con técnicas 
	digitales. Pero sin querer quitar mérito al autor del guión y la dirección, es lógico suponer que para 
	conseguir este acabado tan sólido haya contado con el apoyo de John Lasseter, quien en su calidad de 
	productor ha puesto una vez más el sello Pixar en este nuevo título de la compañía que, junto con las dos 
	entregas de Toy Story, constituye para mí el trío estrella de la productora. 
	
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	| John Lasseter |  
	 
	   Algún día se impondrá el sentido común, y crítica y público comenzarán a valorar 
	adecuadamente a los productores, quienes muchas veces definen más el resultado final de una película que los 
	propios directores. Entre los nombres importantes en este campo está, sin ninguna duda, el de John 
	Lasseter, una de los pilares en los que se sustenta Pixar. Lasseter, además de dirigir varios 
	cortos y largometrajes de la compañía, es el responsable del equipo creativo, un trabajo que ha 
	revolucionado la industria de la animación, al menos en Estados Unidos. 
	Pixar redefine el mundo de la animación 
	   Tras varios exitosos y premiados cortos Pixar realizó en 1995 Toy Story, el primer 
	largo generado íntegramente por ordenador. Aparte del hito tecnológico que supuso, la obra marcó el inicio de 
	una fructífera colaboración entre esta compañía y Disney, que ponía a su disposición su enorme maquinaria de 
	promoción, distribución, y exhibición. El monumental éxito cosechado por esta alianza ha marcado el devenir 
	de ambas compañías, así como el de la industria de la animación en general. La rentabilidad de este tipo de 
	películas frente a los relativos fracasos de sus títulos de animación tradicional contribuyó a que Disney, 
	necesitada de reducir gastos, decidiese cerrar sus divisiones de animación 2D. Por otra parte, este sistema 
	de producción ha revolucionado de tal forma la industria de Hollywood que en menos de una década se ha 
	impuesto como una especie de standard a seguir. Tras comprobar las recaudaciones obtenidas por Pixar otras 
	compañías se han subido al carro de la animación informatizada, siendo tal vez las más destacadas dentro de 
	esta corriente Dreamworks y 20th Century Fox (1). 
	
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	   Pero, a pesar de los méritos de la competencia, el caso de Pixar resulta único, 
	ya que, frente a los patinazos de las otras compañías, cuenta con una filmografía impecable y envidiable. 
	Podemos hablar de alrededor de 3000 millones de dólares de taquilla en todo el mundo con sus seis largometrajes, 
	y de múltiples premios, así como del hecho de que Pixar siempre esté a la cabeza en la utilización de las más 
	novedosas herramientas digitales. Pero el secreto de la compañía va mucho más allá. Si hay algo que hace que 
	los aficionados sintamos debilidad por Pixar no son las frías cifras, sino la elevada calidad de sus 
	producciones. 
	   La frenética aceptación de la técnica infográfica como standard dentro de la industria 
	estadounidense de animación hace creer que a los directivos de estas compañías se les escapa algo sustancial: 
	el hecho de que las estupendas obras de Pixar no se basan únicamente en su impecable acabado técnico, ni en lo 
	novedoso de las tecnologías empleadas en su producción. Es evidente que estos son ingredientes fundamentales 
	de la fórmula de su éxito, pero no son lo más importante. Sus películas serían igual de emocionantes, 
	divertidas y recomendables aunque fueran técnicamente inferiores, aunque estuvieran mucho peor 
	dibujadas. 
	
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	   De la misma forma que una serie como Los Simpson, bastante discreta técnicamente, 
	basa su enorme éxito en lo ingenioso de sus diálogos y situaciones, en sus personajes, y en su ritmo, las 
	obras de Pixar cuentan como mejor baza con unos soberbios guiones que evidencian una gran maestría a la hora 
	de definir personajes, generar ritmo, emocionar o divertir según convenga y, en definitiva, sacar el máximo 
	provecho a todos los elementos narrativos. La tecnología, pese a ser impecable, resulta secundaria. Una vez 
	más es la historia y el guión lo que cuentan, y el éxito de Pixar reside en que nunca se pierde esto de vista. 
	Sería un error por parte de las compañías competidoras pretender conseguir sus mismos resultados simplemente 
	por utilizar el mismo software. Detrás de estos sofisticados equipos informáticos existen toneladas de 
	talento por parte de un brillante equipo dirigido, no sólo por John Lasseter, sino también, no lo
	olvidemos, por uno de los multimillonarios más polémicos de EEUU, Steve Jobs, quien compró la división 
	de efectos por ordenador de Lucasfilm en la que Lasseter trabajaba tras dejar Disney, dando origen a  
	Pixar. Jobs también es culpable del éxito de la compañía, y ahora, en el momento de mayor éxito de la 
	misma, ha sido de nuevo motivo de polémica y debate tras romper relaciones con sus, hasta ahora, socios. 
	Bye, bye, Mickey Mouse 
	   Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar, y que da y quita razones. Si esto es 
	así, en el futuro sabremos quién saldrá más perjudicado de la reciente ruptura entre Disney y Pixar. Tras 
	nueve años de colaboración, y seis películas juntos (incluyendo Cars, que se estrenará el próximo año), 
	el contrato que les unía no ha sido renovado. Como ya se ha señalado, durante este tiempo la responsabilidad 
	creativa de las películas correspondía a Pixar, mientras que Disney participaba en su financiación y se 
	encargaba de la promoción y distribución, a cambio se quedaba con la mitad de los ingresos por taquilla, 
	cobrando una cuota de distribución, y repartiéndose también los beneficios por las ediciones en DVD. Al 
	parecer Pixar había pedido una mayor participación en las ganancias de sus películas y una reducción de 
	los honorarios de distribución, pero Disney se negó. 
	   Las conversaciones entre Michael Eisner, por parte de Disney, y Steve 
	Jobs, por Pixar, no han llegado a buen fin, resultado en el que parece haber tenido mucho que ver las 
	malas relaciones que existían entre ambos. Jobs llevó directamente las negociaciones, y algunos 
	achacan el fallido resultado a su egocentrismo y soberbia. Seguramente el millonario fundador de Apple tenga 
	un carácter tan insoportable como dicen, pero han sido tantos los críticos que a lo largo de la carrera de 
	este visionario han vaticinado equivocadamente que "esta vez sí que ha metido la pata", que cabe 
	pensar que tal vez en esta ocasión el supuesto error tampoco sea tal. Alguien que, solo o colaborando con 
	otras personas, revolucionó el mundo de la informática personal con el Apple y después el Macintosh, 
	codiciados artefactos que luego serían seguidos por el iMac, el iBook, y recientemente el supervendido 
	iPod, merece el beneficio de la duda. De todas formas, algunos informes recientes apuntan a que la caída 
	en desgracia de Eisner (a favor de Roy Disney, sobrino del fundador Walt Disney) 
	facilite que finalmente el contrato pueda renovarse. De hecho se dice que si Steve Jobs aún no ha 
	comenzado a negociar en serio con otras compañías es porque está pendiente de la última oportunidad con 
	Disney si la compañía sustituye a Michael Einser. 
	
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	   Pero aunque la ruptura se materialice finalmente, no estoy de acuerdo con quienes 
	aseguran que ha sido un gran error por parte de Pixar haber roto con Disney, argumentando que su 
	infraestructura les ofrecía una excelente plataforma para promocionar y distribuir sus títulos. En los últimos 
	años han sido las películas de Pixar las que mayores beneficios han proporcionado a Disney, mientras que 
	sus propios títulos no han obtenido más que discretos resultados de taquilla. Las ganancias reportadas por 
	la compañía de Jobs y Lasseter han resultado tan apabullantes, y las películas que producen 
	presentan tan elevado nivel de calidad, que no creo que les resulte muy difícil encontrar una compañía que 
	les pueda proporcionar los mismos servicios que Disney, y tal vez en unas condiciones más ventajosas. Pixar 
	es, por el momento, sinónimo de calidad, y esa es su mayor baza, por encima de las argucias del marketing. 
	   Lo que sí que me divierte es esa noticia que de que la compañía de Lasseter y 
	Jobs ha anunciado la producción de una película de animación tradicional. Ahora que todos se han volcado 
	en la imagen digital ¿cómo les va habrá sentado esto? ¿No sería divertido que ahora Disney vuelva a contratar 
	a los dibujantes "amanuenses" despedidos? 
	   Bromas aparte, seguro que el nuevo título Pixar estará a la altura de las expectativas, 
	ya que estas se basan en el talento de la compañía, y no en las técnicas utilizadas. Recordemos que hay vida 
	más allá de los pixels, y si no que se lo pregunten, por ejemplo, a ese otro genio de la animación que es 
	Hayao Miyazaki.  
	
	   
	  
	
  	(1) Para saber más sobre la historia reciente de la animación en el cine, aquí tenéis un par de interesantes 
	links que os resultarán útiles. Ambos artículos están albergados en la web de cine Miradas, y están escritos 
	por José Luis Hurtado y José David Cáceres.  
	 http://www.miradas.net/articulos/2002/0207_dibus.html
	 http://www.miradas.net/articulos/2004/0411_pixar.html
	 
             
            @2005 Iñaki Bahón para cYbErDaRk.NeT 
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