|  
             Este relato ha sido leído 
              7883              veces 
            Sandro Herrera Domínguez es conocido también 
              como Kelemvor 
             | 
           
             por Sandro Herrera, Agosto de 2002 
             INTRODUCCIÓN
                Cuando tan sólo tenía cuatro años. 
              Dryselle, la Madre y Protectora de la Naturaleza vino a mí 
              una noche. Ella parecía apresurada. Yo sentí miedo, 
              como cualquier niño, pero Dryselle me lanzó algún 
              hechizo para que pudiera pensar como un adulto y me habló. 
              Sus Caballeros habían muerto y necesitaba renovar la plantilla. 
              Yo llevaba en mi interior una de las piedras mágicas que 
              me marcaba como Caballero aunque no ejerciera como tal.  
                 No me convertí en Caballero a los cuatro 
              años, pero desde esa edad viví con el pensamiento 
              de que el día que fuera necesario Dryselle vendría 
              a por mí. 
              Con ésta preocupación, yo Julio, me convertí 
              en un chaval solitario, un adolescente sin amigos y solo. Realmente 
              no debía importarme el convertirme en Caballero, pero había 
              algo que me lo impedía fuertemente y eso era mi familia. 
              Mi familia había sufrido mucho por mí y yo no podía 
              dejarles así como así. Sólo pensé que 
              de una manera u otra, ellos iban a sufrir por mí, por eso 
              me decidí. Ahora sólo tocaba esperar, y fue el 14 
              de Julio de 1996, a los trece años, cuando Dryselle decidió 
              llevarme.
                Yo era el primer Caballero de una nueva era, 
              pues los antiguos Caballeros habían perecido y Dryselle y 
              Ventician, su sacerdote, se vieron obligados a reclutar a mas guerreros. 
                 Al principio me sentí muy frustrado, porque 
              no tenía a nadie que fuera como yo, no había ningún 
              otro Caballero. Seguía estando solo, pero ahora no era un 
              chiquillo marginado, era un Caballero de Dryselle y no vivía 
              en la Tierra, sino en un lugar llamado Cyllian, la Guarida de los 
              Caballeros. 
            CYLLIAN 
               El primer día que llegué a Cyllian 
              se me fueron todos los malos pensamientos y la tristeza, pues ese 
              pequeño mundo era maravilloso.  
                 Ventician me guió por un inmenso bosque 
              formado por todas las plantas del mundo. Era un auténtico 
              paisaje natural. Había selvas, bosques, desiertos con inmensos 
              oasis, grandes praderas e incluso habían lugares en los que 
              se podía pensar que era una mezcla de todos estos ecosistemas. 
               Yo caminaba con lentitud, ya que no dejaba de 
              mirar todo cuanto veía. Me fijé en que en varios lugares 
              había unas pequeñas casas de piedra, todas eran iguales: 
              cuadradas, con chimenea, tres ventanas (una en cada cara) y una 
              puerta en la última cara. En vez de puertas y ventanas había 
              cortinas de seda blanca. 
               Seguí caminando, ahora por una explanada 
              verde y me fijé en que el Sol se estaba poniendo ya, y una 
              suave brisa fresca empezó a soplar. 
               - Hace un poco de frío -le dije por fin 
              a Ventician, él soltó una corta risa y respondió- 
                 - Ahora sientes frío porque eres nuevo, 
              pero pronto descubrirás que en Cyllian, el tiempo atmosférico 
              se adapta a la necesidad de cada uno. Si tu cuerpo quiere frío, 
              en Cyllian hará frío. 
               Ventician calló y luego miró hacia 
              delante. Yo me quedé observándolo con el entrecejo 
              fruncido, él se dio cuenta y rió. 
               Seguimos con el largo y silencioso recorrido 
              por Cyllian. Habían pasado varias horas pero el Sol seguía 
              en el horizonte, sin ponerse del todo. 
               - Ventician, llevamos como dos horas y media 
              caminando y el Sol aún no se ha puesto, ¿a qué 
              se debe? 
                 - Bien, eso quiere decir que ya te estás 
              adaptando a Cyllian. Si lo piensas, tu ahora no tienes ganas de 
              que sea de noche, te sientes cómodo con ésta puesta 
              de Sol, por lo tanto la puesta de Sol sigue ahí para tu comodidad. 
                 - Y usted, ¿qué siente?, ¿qué 
              ve? 
                 - Yo veo lo normal a esta hora, una noche estrellada 
              con la Luna llena dándonos toda su luz. Puede que te parezca 
              un lío, al principio, pero pronto las noches y los días 
              te llegarán como siempre, si es que es eso lo que deseas. 
               Ya fui captando un poco mejor todo, me parecía 
              razonable lo que Ventician me decía. Pero sabía que 
              ese asombroso lugar tenía más secretos, de los que 
              más tarde yo sería testigo, o no. 
               Por fin llegamos a mi destino: una de las muchas 
              casas cuadradas de Cyllian. La mía se encontraba en una pequeña 
              colina completamente verde. Bajo la colina, un hermoso e inmenso 
              lago de aguas claras se extendía hasta el horizonte, donde 
              el Sol ahora iba ocultándose.  
                 Tras la colina había un espeso bosque del 
              que sólo se veían pinos, aunque lo más seguro 
              es que escondiera una vegetación mucho más abundante. 
              A los lados del bosque y del lago, se encontraba una fila de montañas 
              rocosas que no yo no recordaba haber cruzado, pero que indudablemente, 
              estaban ahí. 
               Ventician me invitó a entrar a mi nueva 
              morada con gesto de su brazo. 
                 Por dentro, la casa era muy acogedora. La pared 
              del fondo tenía un mueble con un fogón y varios cajones 
              con instrumentos de cocina y alimentos varios e interminables. 
                 En cada una de las paredes laterales había 
              una litera de madera gris, y ocupada cada una, por dos cómodos 
              colchones de paja. Al pie de cada litera había un enorme 
              cajón de cañas de bambú, en el que se guardaban 
              mantas y abrigos de lana. 
                 Por último, en la pared dónde se 
              encontraba la entrada, estaba la chimenea, a un lado de la puerta, 
              y al otro, un recipiente de madera lleno de una leña que 
              al parecer, también era inagotable. 
               En el centro de la habitación, había 
              una mesa robusta de madera, acompañada de cuatro sillas en 
              cada lado. Ventician se sentó en una de las sillas que estaba 
              en un extremo de la mesa y yo lo imité sentándome 
              en el otro extremo. 
               - Vas a encontrarte muy cómo en esta zona, 
              porque se te ha asignado una casa en la zona natural que siempre 
              te ha gustado, el lago perdido en las montañas. El paisaje 
              natural que tu consideras perfecto, un lago cristalino que el hombre 
              aún no ha pisado, aunque el hombre no ha pisado ningún 
              lugar de Cyllian.-Ventician me explicaba cosas cada vez más 
              asombrosas- 
               Eché un vistazo a fuera y luego examiné 
              el habitáculo, me di cuenta de que no había baño, 
              así que se lo comenté a Ventician, él respondió: 
               - El lago hará de baño para ti, 
              ya que siempre serán puras sus aguas. 
               Volví a mirar a Ventician extrañado, 
              pero comprendí perfectamente sus palabras, luego, él 
              prosiguió con sus explicaciones sobre ese lugar. 
               - Vivirás sólo hasta que encontremos 
              más Caballeros, Nuestra Protectora, la Dama Dryselle, te 
              visitará periódicamente. 
                 - ¿Y yo que voy a hacer durante todo este 
              tiempo? Me agobiaré estando tanto tiempo sólo. 
                 - Pronto empezarás a sentirte a gusto en 
              éste lugar. Pero ya tienes una tarea asignada. Tienes que 
              familiarizarte con el lugar, porque tú serás el encargado 
              de guiar al próximo Caballero, y nunca se sabe cuándo 
              será la llegada de éste. 
               Yo sentí un vacío de repente, sentí 
              unas ganas tremendas de estar con mi familia, pero sabía 
              que ellos estaban bien y no estaban preocupados. Agaché la 
              cabeza y me puse a pensar. Ventician notó mi tristeza, se 
              levantó y finalizó su explicación: 
               - De veras, créeme -ahora su tono de voz 
              era menos serio- pronto te sentirás bien. Si necesitas ayuda 
              yo lo sabré, pero confío en que pronto aprecies la 
              soledad de éste lugar. Pronto te sentirás como un 
              habitante de la impresionante Cyllian. 
             MI REFLEJO 
               Cuando Ventician se marchó de mi nuevo 
              hogar, me di cuenta de que ya era de noche, pero la Luna debía 
              estar brillando mucho, porque la oscuridad no era muy espesa. 
                 Fui hasta la puerta y miré al horizonte, 
              entonces comprobé el por qué, de que hubiera tanta 
              luz. La noche mostraba unas estrellas enormes y brillantes, pero 
              a parte de eso estaba la Luna, también enorme, justo en el 
              lugar en que antes estaba el Sol. El satélite se reflejaba 
              en el lago, doblando así su poder de iluminación, 
              pero aún ese hecho, no era lo que hacía la noche mas 
              clara que ninguna. 
                 Lo más extraño que llegué 
              a comprobar, era que justo al lado del satélite, había 
              otro mas alejado, más elevado también, que era de 
              color rojo. Pensé que podía ser un planeta rojo, cómo 
              lo era nuestro planeta Marte, o Mercurio, pero no, más tarde 
              descubriría que ese era el satélite Reeoz, el satélite 
              que iluminaba las noches en Lantania, la morada de los Caballeros 
              Rojos, los Caballeros de Leivdagma, la Destructora, la Madre del 
              Caos. 
               Esa noche no tenía ganas de quedarme solo 
              en la casa, así que fui a darme un baño al lago. 
                 Bajé la colina y cuando llegué a 
              la orilla del lago me desvestí y dejé la ropa en la 
              hierba verde mojada. 
              Me llevé una gran sorpresa al ver mi imagen reflejada en 
              el agua. Dryselle me advirtió que mi imagen cambiaría, 
              pero no dijo que mi piel ahora iba a ser celeste. Yo era celeste 
              ahora, y no era culpa dela luz de la Luna. Era celeste, no tenía 
              vello corporal, ahora yo era calvo, en vez de lucir pelo en la cabeza 
              lucía una runa negra, una runa que me serviría para 
              invocar mis poderes, que en ese momento aún no había 
              descubierto. 
                 Mis músculos habían aumentado notablemente, 
              pero de todos modos yo seguía viendo a un chaval raquítico 
              y mentalmente marginado. Por último, lo que más llamó 
              mi atención fueron mis ojos, que ahora eran totalmente negros, 
              aunque yo veía como siempre, incluso mejor. 
               Metí un pié en el agua para comprobar 
              la temperatura. Estaba tibia, entonces supuse que el agua también 
              se adaptaría a mi cuerpo.  
                 Aún en la orilla me agaché y, de 
              un impulso, me lancé al agua. Me vi caer lentamente, como 
              si estuviera aprovechando los segundo que estaba en el aire para 
              avanzar más sobre el agua. Al mirar al frente sentí 
              que iba a llegar a la Luna, pero caí en el agua, y entonces 
              descubrí un paraíso que nunca antes había visto. 
              Mis nuevos ojos me permitían ver con total nitidez y sin 
              ninguna molestia lo que mostraba las profundidades del lago. 
                 Peces de diversos tipos recorrían el lago 
              zigzagueando las rocas lisas que formaban extrañas esculturas. 
                 En el mismo momento en que me sumergí, 
              me di cuenta de que no necesitaba el aire del exterior para poder 
              vivir, en el agua no sentía esa necesidad. Era como si el 
              aire que me quedaba en los pulmones no tuviera nunca la necesidad 
              de salir. 
               Pronto me sentí reanimado al vivir aquella 
              situación. Era precioso, todo era precioso, tanto las emociones 
              que sentía en Cyllian como el lugar mismo. Entonces salí 
              del agua y me acosté en la hierba para mirar el firmamento, 
              cosa que siempre me había gustado, pero antes en la Tierra, 
              para poder mirar las estrellas tenía que ponerme de rodillas 
              en mi ventana y mirar al exterior por encima de los altos edificios. 
              Muchas veces me quedé dormido al pié de mi ventana 
              esperando a que alguna nube oscura se marchara y me dejara ver alguna 
              estrella. Ahora las tenía todas para mí solo, y aunque 
              no fueran las mismas estrellas que se podían observar desde 
              la Tierra, eran igual de hermosas. 
                 Pero en seguida los recuerdos de la Tierra me 
              volvieron a llevar a la soledad que sentía en Cyllian. ¿De 
              qué servía vivir todo aquello si no lo podía 
              compartir con nadie? 
                 Una angustia me invadió, y antes de que 
              empezara a llorar me vestí para volver a la casa. Cuando 
              estuve completamente vestido una bola de fuego azul comenzó 
              a salir del lago, a poca distancia de donde yo estaba. Al instante 
              supe que era Dryselle, porque sus oscuros rizos negros la delataron. 
               Cuando ella ya estaba levitando por encima del 
              agua, las llamas azules no la cubrían, pero aún así 
              seguía iluminando el área. Luego me habló: 
               - Joven Julniç, sé que algo te 
              atormenta y es mi deber ayudarte. 
               Yo agaché la cabeza con indiferencia ante 
              el espectáculo y respondí: 
               - Es la soledad -tragué saliva-, la soledad 
              me atormenta. 
                 - Temes por lo que pueda pasarte estando aquí, 
              y lo comprendo. 
                 - ¡No es eso! Me refiero a que necesito 
              el afecto de alguien, alguien con quien compartir mis pensamientos. 
                 - Ahora lo entiendo mejor y he de decirte que 
              no estarás solo mucho tiempo. Algún día llegará 
              el segundo Caballero, con el que intimidarás seguramente. 
                 - Algún día.....claro. 
                 - Confío en que sea pronto, Julniç. 
              Hago lo que puedo. 
                 - Está bien, debo aceptarlo -me enjugué 
              las lagrimas y me di la vuelta para irme- 
                 - Espera Julniç, no he terminado. 
                 - Lo, lo siento es que me siento mal. 
                 - Tal vez mi regalo te haga sentir mejor. 
                 - ¿Regalo? 
               Dryselle asintió con delicadeza, luego 
              juntó sus manos. Al separarlas había aparecido un 
              saco pequeño de terciopelo verde, cerrado con una cuerda 
              dorada. 
              Con un movimiento de uno de sus dedos, Dryselle hizo que la bolsa 
              llegara hasta mi volando. Cuando la tuve en mi posesión la 
              miré extrañado. 
               - Es un encargo que le he pedido a Ventician 
              -dijo ella- 
                 - ¿Y qué es? 
                 - Dejaré que lo descubras por ti mismo, 
              tan solo tienes que verter un poco en el lago. 
               Entonces me di cuenta de que el saco contenía 
              unos polvos dorados que ahora me iluminaban el rostro. 
               - De acuerdo, no se lo que es pero gracias. 
               Dryselle sonrió y me dejó solo. 
                 Tan pronto como se fue, me encargue de echar una 
              pizca de polvo al lago. Cuando los primeros granos tocaron el agua, 
              una luz dorada se fue adueñando del lago. Bajo esa luz dorada 
              se veían imágenes. Las imágenes mostraban a 
              cada miembro de mi familia durmiendo, placidamente. El polvo me 
              mostraba a mi familia en cualquier momento del día, entonces 
              sentí una alegría, porque no me sentiría mas 
              solo, pero la alegría se convirtió en nostalgia. Aún 
              así, aprecié mucho el regalo de la Dama Dryselle, 
              porque lo único que me preocupaba ya estaba bajo mi vigilancia 
              y sabía que mi familia estaba feliz. 
              
           |