|  
             Este relato ha sido leído 
              6802              veces  
            por Lídia Comas, agosto de 2002 
            
             
                Se está fraguando la batalla. Allá 
              en lo lejos. Según el viento me parece oír los gritos 
              de esa guerra. Que lejanos me parecen esos tiempos en que no había 
              preocupación alguna. Ninguna que te corrompiese el alma. 
              En que los niños no eran hombres, ni las mujeres botines. 
              De eso hace tanto tiempo,... 
                 Espadas, sangre, cuerpos inertes, moribundos, 
              lisiados,... que colección para la casa de los horrores. 
              Ni su dueño querría mirar. Demasiado para unos ojos 
              humanos. Cansados. Demasiado para que los dioses quieran ser testimonios 
              de tal masacre. De esa, esta sinrazón. 
                 Ya nadie se acuerda porqué se matan entre 
              ellos. ¿Para qué? Tan solo serviría para averiguar 
              que no había ninguna lógica en ello. Sería 
              desastroso. ¿Cómo reconocer, que tantas vidas perdidas, 
              tanta muerte, para nada? Sin motivo alguno. Ya desde el comienzo. 
                 Nada. Eso es lo que nos llevamos con nosotros 
              cada noche, cada día. Nada, es nuestra herencia más 
              preciada. Nuestro tesoro. Lo que no nos pueden arrebatar con la 
              espada. Aunque lo ofreciéramos de corazón. Aunque 
              quisiéramos deshacernos de ella. 
                 ¿Qué nos queda ya? Algunos dicen 
              que la vida es nuestro gran triunfo, pero, ¿qué vida 
              es esta? ¿Cómo la podemos llamar así? Luchamos 
              cada mísero día para no morir, para no padecer la 
              llegada prematura de la Dama Nocturna. Desafiando la naturaleza 
              al robar esos míseros instantes de existencia. Así 
              robamos tiempo al tiempo. Día tras día. En vulgares 
              ladrones nos hemos convertido. Y ni tan siquiera nos molestamos 
              en borrar las pruebas de nuestro delito. De nuestro crimen. 
                 Estamos tan cansados ya. Los ejércitos 
              se destruyen mutuamente, convencidos de su causa. Una causa que 
              creen verdadera. Pero, ¿que diablos es verdad y qué 
              no? Dioses, diablos, señores, caballeros, criaturas, borrachos, 
              locos, clérigos,... todos hablan y pronuncian verdades, sus 
              verdades. Ya nadie cree en las propias verdades. Al menos no por 
              estas laderas. Por aquí ya no se puede creer en nada. No 
              se puede. Demasiado fatigados y tan cerca de la muerte estamos. 
              Tan cerca de un infierno sobrevivimos, que ni tan solo el llanto 
              de una criatura moribunda nos conmueve. Dejamos simplemente que 
              el llanto se desvanezca. No podemos permitirnos más. Ya no. 
              ¿Para qué prolongarlo?  
                 En otro tiempo, se me hubiera desterrado o colgado 
              por estas palabras llenas de impiedad. En otro tiempo, tan solo 
              se lloraba en bodas y bautizos. Ahora, ni tan si quiera queda rastro 
              alguno de que hubiésemos tenido lágrima alguna en 
              los ojos. Tan secas están. Como nuestras almas. ¿Para 
              qué las queremos ahora? La Sombra de los avernos ya nos las 
              ha arrebatado. Porque son una carga demasiado pesada para que podamos 
              acomodarla entre los escombros de lo que antaño fue nuestra 
              vida. Nuestro mundo. 
                 ¿Qué pudo ser de ése mundo? 
              Ese del que ya apenas recordamos los colores, los sonidos, las imágenes. 
              Se va desvaneciendo poco a poco todo ello. Toda esa Belleza que 
              en otra época nos era propia, nuestra. Esas creaciones que 
              de algún modo, que de alguna manera, te invitaban a soñar. 
               
                 Soñar. Largo tiempo hace que no sueño. 
              Demasiado peligroso es ahora soñar. Puede dar esperanzas 
              de algo que no puede ocurrir, o que, de algún modo nosotros 
              ya no podamos ver con unos ojos mortales. Tan difícil es 
              ahora cerrarlos y dejar a las hadas de la fantasía hagan 
              su trabajo. 
                 Pronto oscurecerá el día. Más 
              aún. Algunos ya empiezan a buscar lo que otros han abandonado 
              junto a sus cuerpos inertes, siempre en silencio. Ratas impacientes 
              recolectoras de horrores. De macabras reliquias. No hay edad para 
              eso. Cualquier cosa puede significar un día más, aquí. 
              Si eso puede significar algo bueno. 
                 Mis ojos están demasiado cansados para 
              continuar. Han visto más cosas de las que se puede recordar. 
              Por desgracia muchas de ellas deseables de olvidar. Pero ese descanso 
              no se me ha concedido. Se me obliga a recordar detalle por detalle. 
              Como si ese acto de revivir cada día observado sea necesario 
              para algo. No veo para que. Pero así debo hacerlo, y por 
              eso debo contar lo que aquí acontece y pasó hace largo 
              tiempo. Aunque mi mente no concibe motivo alguno para ello, contaré 
              lo que mi vista vio, y lo que mis oídos escucharon. 
                 Soy, era, Heraldo de los señores de la 
              región, un simple siervo con el dudoso privilegio de ver 
              como las cosas bellas se tornaron de rojo sangre. Testimonio del 
              inicio de la tragedia. De nuestra tragedia. ¡Que tan liviano 
              me parecen ahora nuestros destinos, nuestras vidas! ¡Nuestro 
              pasado! 
                 Aún recuerdo esa voz de ese niño-hombre 
              cantando entre las flores, mientras todos admirábamos cada 
              palabra cantada que emitía. Parecía increíble 
              que pudiera existir palabra alguna para describir tal melodía. 
              Tiempos de fiesta. De alegría intemporal. De bienestar. Hecho 
              de menos esa voz. A ese niño; al que tuve que devolver a 
              su madre tras su último canto: muerto. Una criatura celestial 
              que pudo volver de donde surgió, de un mundo imperecedero, 
              demasiado perfecto para que ese ser inmaculado pudiera sobrevivir 
              en este mundo. De lo único que doy gracias es que toda esta 
              miseria no le tocara en ningún momento, pues su muerte se 
              produjo algún tiempo antes de que los fuegos de la ira se 
              encendiesen. Creo que no hubiese soportado ver como la hambruna, 
              la miseria, el dolor, la suciedad, todo este nuevo mundo lo transformara. 
              A esa criatura no. 
                 Ah! La noche llega acompañada por una lluvia 
              fina. El sonido de esa agua contra la madera de mi antiguo hogar 
              natal parece darnos un poco de descanso. Una pausa irreal, ya que 
              el mal no descansa nunca. No dejándonos en paz, ni a los 
              portadores de ese mismo mal. 
              Aunque parezca producto de la locura y de la falta de alimento, 
              ¿no sería magnífico que la lluvia nos pudiese 
              purificar de toda maldición? Un deseo. Tan solo es un deseo 
              roto por el sonido de las palabras que lo pronuncian, y de los labios 
              que han osado decirlo. Tan solo es eso ahora. Si hubiera sido pronunciado 
              por esa alma pura. Por mi ángel de voz celestial. Entonces, 
              seguro que alguno de los múltiples dioses existentes, escucharían 
              la súplica. ¿Cómo hubiesen podido ignorar a 
              uno de sus hijos? De sus semejantes. Mi niño de cabello plateado. 
              Aún podría llorar por él si no hubiera perdido 
              mis lágrimas hace tanto tiempo. Al menos mis últimas 
              lágrimas fueron para él. 
                 Demasiado viejo soy ya para que mi corazón 
              aguante esos recuerdos sin palidecer de dolor. Demasiado viejo para 
              ver un mañana tan semejante a un ayer. Para ver el final 
              de eso. 
                 Poco dura el descanso dado por la lluvia. Parte 
              de los supervivientes de algunos de los bandos, da igual cual de 
              ellos, vienen a curar sus heridas cerca de mi pequeño refugio. 
              Parecen espectros expulsados de sus sepulturas. Ya ni siquiera son 
              hombres. Ya no pertenecen a ninguna especie conocida. Tan solo forman 
              parte de la nada. Como todos ahora, supongo. 
                 La muerte se refleja demasiado claramente en nuestros 
              rostros para fingir que estamos vivos. Así, de batalla en 
              batalla se van consumiendo las esperanzas de escuchar de nuevo las 
              risas de pequeños seres recién nacidos, o de querer 
              gozar con ello
 y el aroma de la muerte lo envuelve todo y 
              a todos. Ni tan siquiera recuerdo como olía el aire puro. 
              Tan solo huelo muerte por doquier.  
                 ¿Y tu, Querida?,
 sigues escuchando 
              día tras día mis lamentos. Mi cháchara demente, 
              sin reprocharme tanto parloteo,
 sin perder esa dulce sonrisa. 
              Supongo que el hablar contigo no me dará fama de cuerdo, 
              ¡pero, que más me da si estoy loco o no! Tan solo me 
              queda hablar contigo querida,
 Aunque sepa que nunca podré 
              conseguir que me respondas, al menos no en este mundo. Pero, tampoco 
              queda nadie ya para reprocharme mi locura. ¿No crees q sería 
              gracioso, Querida, que esto pasase? Pero no te preocupes, pronto 
              podré oírte, pronto nos encontraremos, y podremos 
              escuchar a nuestro pequeño ángel,
  
                 Pronto, sucederá, pronto mis cenizas se 
              unirán a las tuyas mi amor. Tan solo hay que escuchar como 
              los gritos de agonía se acercan. Alguno de los ejércitos 
              llegara, da igual cual, y arrasará lo poco que queda de nuestro 
              mundo. Sea por estrategia o por defensa. Da igual. Me ahorraran 
              tener que ensuciarme las manos con mi propia sangre. ¡Al final 
              tendré que agradecérselo! Maldita ironía,
 
             
             |